Anochece en Albuquerque. Una adolescente hace autostop a orillas de la interestatal. Logan se prepara para abrir el Launchpad. Benny Gonsales escucha la voz del Rey desde su tráiler. Dos gemelos nerds juegan con armas en el garaje de su casa y Poppa Neutrino rasguea la guitarra y planea tácticas de fútbol. Al otro lado del Río Grande, una anciana lee delante de su caravana algún himno y el mendigo de la calle cuarta sueña entre cartones que su voluntad construye el mundo. En la penumbra de su habitación, un serbio chatea con novias virtuales, y una mujer o un niño se va caminando por sendas subterráneas que conducen al centro de la tierra. Anochece en Albuquerque, un cruce de carreteras en medio de la nada que huele a frijoles y a burritos, una circunvalación rodeada de moteles, diners, casas desperdigadas y tristes, con columpios en el porche y una bandera casi siempre a media asta por un muerto. Y Michael Astorga, asesino del deputy sheriff de Bernalillo, trata de escapar aunque sabe que no tiene a dónde ir. Blanca Riestra nos brinda en La noche sucks una novela circular en la que una serie de personajes erráticos se buscan y no se encuentran mientras vagan por calles orladas de neones. Con breves trazos, nos sumerge en sus vidas alienadas, solitarias, insomnes, en un Albuquerque que, a modo de embudo, todo lo succiona en la oscuridad de la noche. Con ciertas reminiscencias de Barnes, Bolaño, Ford y Dos Passos, la autora perfila su propia visión de la novela total, de la novela bosque, en un Albuquerque expresionista de realismo sucio que entona su balada triste como voz de voces, personaje eje de las vivencias entrecruzadas de mendigos, indios navajós, mutilados de guerra, adictas a la telecompra y viejos poetas que aguardan la muerte. Anochece en Albuquerque.