Pide a un muchacho de 11-12 años que te haga una redacción de unas 200 páginas acerca de su vida y su día a día, con una única norma: no profundices en nada concreto. El resultado será este libro que cuenta algunas cosas de la infancia del autor, pero a la vez, no ahonda en ellas. Y como una redacción de instituto, se convierte en un libro pesado, anodino y largo, muy largo, a pesar de ser, por suerte, corto. No se lo recomendaría ni a mi peor enemigo, y se ha ganado el dudoso honor de ser uno de los peores libros que he leído en mi vida.
hace 1 año