No hay peor candidata para el convento que una muchacha tan tenaz como Madeline Drummond ni peor penitente que el temperamental Iain MacLean, pero Madeline se hace pasar por monja el tiempo suficiente para vengarse de un vil asesino e Iain se presta de buena gana a llevar una reliquia familiar a un sagrario en compensación por sus imprudencias. Ambas pretensiones caen como las ropas de los amantes cuando se encuentran el fiero señor de las Highlands y la intrépida dama. Un simple beso abrasa sus votos de castidad. Los dos alborotadores se hacen pasar por marido y mujer cuando unen fuerzas para reclamar la heredad ancestral de Madeline. Ella no tarda en preguntarse si ser el único amor verdadero del señor de las tierras altas es una bendición o una maldición.