-¿Lucinda Feinsilber? -Sí, ¿quién es? -Enrique. Enrique Kramer. Tu primo Enrique. -No. Vos no sos. No podés ser. Estás muerto. -Soy yo. Pero es natural que pienses eso. Hasta hace unos días, estuve muerto. Después de desaparecer se puede volver a empezar o se debe; depende de quién maneja los hilos de la trama, de quién nos sorprende con un argumento trocado de diálogos irrepetibles, sabios y certeros como una daga mortal. En el caso de las historias de Horacio Vázquez-Rial sus criaturas siempre vuelven a empezar. A pesar de haberlas pasado negras, muy negras, salen adelante. Su tierra les hiere estén donde estén y esa herida les alienta en la búsqueda de la verdad, lo único que les hace libres. Ese camino que les conducirá hacia el ayer y el mañana; compartiendo los pasados intentarán construir algo, en una casa en Palermo, en una carretera haciéndose compañía, ayudando a enterrar a los muertos, y alentando los sueños que El camino hacia el Norte les va deparando a medida que transcurre ese viaje que todos acabaremos realizando, ya que, en definitiva, se trata del camino de la vida. O de las vidas de unos y otros; de muertos y vivos, de amigos y enemigos, finalmente tanto da ya que lo esencial son los minutos compartidos, las historias contadas y los avatares, ya que los recuerdos son la vida. II Premio de Novela La otra orilla 2006.