Cuando Vadim era un niño de siete u ocho años, huraño e indolente, su tía abuela le decía: «¡Mira los arlequines!». Él preguntaba: «¿Qué arlequines? ¿Dónde están?», y ella le respondía: «Oh, en todas partes. A tu alrededor. Los árboles son arlequines. Las palabras son arlequines. Junta dos cosas (br...