Su apetito es voraz; sus dientes, afilados como bisturís. Y su poder es imparable cuando derriba las puertas de acero que le tienen encerrado en un acuario de Monterrey. Por primera vez, Meg, el megalodón cautivo de veinte toneladas, ha saboreado la sangre humana, y ahora quiere más. Empieza la carn...