Qué queda de la noche transcurre en el París de 1897 y narra tres días de la vida de Cavafis –de viaje por Europa con uno de sus hermanos, lejos de la absorbente presencia de la madre–, un Cavafis en la treintena, antes de convertirse en el gran poeta que conocemos, cuando todavía estaba paralizado por las tensiones familiares y por las inseguridades de todo tipo, pero que ya comenzaba a madurar en su interior un poderoso mundo poético. Esos días en la capital francesa, poco antes de regresar a Egipto, nos muestran a un Cavafis sumido en una crisis existencial y encarado con sus demonios más íntimos: la incertidumbre ante un estilo que aún busca afirmarse, el tormento de ser homosexual y saberse incomprendido, y el tiránico afecto de una madre que impide que pueda desarrollar y vivir su vida plenamente. Así las cosas, si quiere salvar la poesía que siente venir, se impone una decisión tan difícil como taxativa: cortar lazos con todo aquello que, tan querido, tan odiado, constriñe, limita, paraliza. Ya sea la familia, o una Alejandría que siente provinciana ante sus deseos de universalidad y cosmopolitismo.