Cruel realidad la del SIDA que sacudió la sociedad y nos debe servir para saber tratar con enfermedades marginales que al final no lo son para nada.
hace 3 mesesEn la década de los ochenta, la extensión del consumo de heroína y la epidemia de sida causaron estragos en una generación de jóvenes de Europa y Estados Unidos. Cuarenta años después de que su tío Désiré muriera de sida, el escritor francés Anthony Passeron decidió indagar sobre el silencio familiar que rodea a su muerte y sobre la propia epidemia.
El resultado es este libro, a caballo entre la crónica, las memorias y la novela, en el que el autor entrelaza dos relatos: la irrupción del virus en una familia de un pequeño pueblo del Mediodía francés –la suya–, y la lucha contra el patógeno en los hospitales franceses y norteamericanos.
Los hijos dormidos cuenta la apasionante investigación científica desarrollada en torno al virus y nos habla también de la soledad que sufrieron los enfermos y sus familias cuando aún no se conocía bien la naturaleza de esta enfermedad, en una época en la que imperaba la negación y muchos de los pacientes fueron tratados como parias. Un libro conmovedor que ha sido considerado en Francia como uno de los mejores debuts del año.
Cruel realidad la del SIDA que sacudió la sociedad y nos debe servir para saber tratar con enfermedades marginales que al final no lo son para nada.
hace 3 mesesEn la sobrecubierta promocional de “Los hijos dormidos” figura la impresión que a la Nobel Annie Ernaux le produjo el libro: “Un texto cuya fuerza sigue conmoviendo una vez terminada la lectura”. Si bien las frases provenientes de reseñas que las editoriales incluyen en estas fajas de cubierta suelen ser desmesuradas, ésta hace justicia a la obra. “Los hijos dormidos” debe su título a la imagen que a los padres ofrecía una juventud muerta en vida, la de la heroína en los años ochenta, abatida por las drogas. La de muchos hijos que por esas prácticas cayeron víctimas del SIDA en una época en la que la enfermedad se asociaba a la marginalidad. Passeron, partiendo de la rabia con la que su padre descargó en su frase, siendo él niño, para recordar el pasado de su hermano, tío del autor, noveliza la manera con la que éste despuntó con respecto a su familia pero terminó enganchado a la heroína. En un pueblo de la Francia rural, donde determinadas cosas sólo se conocían por las referencias de los medios de comunicación, aquel destino acabó provocando un silencio en su familia hasta que fue imposible de ocultar. Intercalada con capítulos en los que, sin caer en excesivos términos médicos, Passeron cuenta los pequeños avances en la lucha contra el SIDA y el desconcierto del mundo ante esa pandemia, la historia se sucede con la descarnada decadencia de Desiré, su tío. El joven acaba contagiando la enfermedad a su compañera, y los dos a su hija, que sobrevive a sus padres y termina viviendo su corta existencia al cuidado de las familias de éstos, soportando el estigma en la escuela y en el pueblo. Finalmente, la narración de como esos hechos acabaron marcando a los abuelos del narrador hasta el final de sus vidas y hacer a su padre perder la cabeza. La autoficción como género narrativo no sólo requiere de unos hechos dignos de ser contados porque queman a quien los ha vivido, sino de un escritor que sepa encontrar palabras con las que describir lo más íntimo. Para que el lector sepa lo que puede encontrarse en esta novela, y el impacto que va a experimentar al acabarla, lo mejor que puede hacer es terminar esta reseña teniendo presente la frase de Annie Ernaux. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 11 meses