Una radio tartamuda de interferencias y un pequeño pueblo ávido de noticias sobre la contienda insensata están detrás de la novela más humana y cómica ambientada en la guerra civil. Herrera tiene el acierto de resucitar y de dar un aire diferente a personajes clásicos como el ciego o el lazarillo y de vivificar a los habitantes tradicionales de los pequeños pueblos españoles: el alcalde atribulado, la beatona mojigata, el cura intransigente y las vecinas de vida disoluta. Es una resurrección desenfadada, algo nostálgica, destinada a quitar hierro al conflicto —a todos nos hace falta—, pero sin olvidar el drama que causan la cerrazón y el odio. El cojo poeta, el destacamento de soldados alemanes o el dueño de la única y rudimentaria radio del pueblo son la guinda de un pastel literario digno del mejor escritor. La trama y el resultado del volumen anticipan las necesidades y las crueldades que se generalizarán durante la posguerra. Así, la sed de noticias, soportar una existencia anodina, el ataque furibundo contra quienes se salen del camino marcado o una justicia arbitraria no dejan de estar presentes. De poder conectarlo a una toma de corriente, el libro invadiría nuestra casa de una luz con matices de sonrisa; de haber sido leído por los contendientes antes del 18 de julio de 1936, es probable que contar nuestra historia no fuera tan doloroso. (Jorge Juan Trujillo, 11 de enero de 2018)
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