A finales de los años cincuenta, en primera persona y desde la perspectiva de la hija de una pareja de comunistas exiliados en Alemania tras la Guerra Civil Española, una niña comienza a hilvanar recuerdos sueltos de su infancia en Berlín. A medida que los capítulos avanzan, los pasajes van tomando coherencia narrativa y la atmósfera de la novela adquiere mayor enjundia coincidiendo con el levantamiento del muro. Mediante una prosa que consigue que el lector, al comenzar el libro, sienta que está contemplando una serie de recuerdos familiares grabados en super ocho y sin sonido, la autora consigue transmitir la frialdad del ambiente de una época y de unas circunstancias. Alejada en su primera parte de giros narrativos que hagan que la lectura de “La hija del comunista” nos mantenga en vilo, el atractivo de la historia radica en la forma con la que, a través de la narración de estampas y de situaciones familiares, pareciera como si nos imbuyéramos en las ciudades desangeladas y de paredes grises de los países del este antes de la caída del telón del acero desprendiéndose de las páginas el silencio que causa el miedo a levantar la voz. En la segunda parte, con la huida de la protagonista de la Alemania del Este y la ruptura de sus relaciones familiares, la trama cobra fuerza hasta desembocar en un final en el que Aroa Moreno sabe crear la paradoja de cómo un colaborador del sistema represor puede llegar a ser represaliado y ser víctima de lo mismo que se ha prestado a hacer. Claro ejemplo de como en la buena literatura tiene más peso el estilo y la forma de contar que la propia historia, “La hija del comunista” deja en el lector la sensación de haber visualizado un documental sobre la vida en la Alemania previa a la caída del muro y le hace reflexionar sobre cómo, en un régimen político perverso, podemos pasar de represores a reprimidos. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 5 meses