«Hasta entonces no había reparado en la fragilidad de los cuerpos. Ser vulnerable también formaba parte de la vida».
La sala de espera del hospital está a rebosar y Salma lleva horas ahí sentada, esperando el diagnóstico. Desde que el otro día, en el taller de cerámica donde trabaja, le falló la mano y rompió aquel jarrón, se siente rara, como si su cuerpo hubiera comenzado a resquebrajarse poco a poco.
Cuando por fin la doctora pone nombre a su miedo, ya no hay marcha atrás. Esas dos palabras la acompañarán para siempre. Ahora ya no es Salma a secas. Ahora debe aprender a vivir con su nuevo yo, ahora es Salma con esclerosis múltiple.