De buena mañana, el caserío de Gibraltar era un largo espigón nublado, con edificios de hechuras desproporcionadas y colores tenues, a la sombra caliza de una montaña que parecía nadar en mitad del Estrecho. Eran tiendas hindúes, comercios sefardíes, bufetes de picapleitos que iban y venían a Londre...