"Recuerdo que, de niña, antes de acostarme, me sentaba en las rodillas del abuelo Laertes y él dejaba que acariciara su barba blanca y recorriera con los dedos las arrugas y las cicatrices que adornaban su rostro solemne. Luego el abuelo decía para sí: —Ha sido el miedo. El miedo al persa, el horro...