Como es habitual en las novelas de producción nipona, nos encontramos ante una historia dónde es más significativo las pausas y los silencios, que lo que se cuenta y se percibe a simple vista. Es un relato escrito en capítulos cortos e independientes, en el que subyacen numerosos temas de la sociedad actual, el divorcio, la estabilidad laboral o personal en sentido emocional y, principalmente, la soledad o el hecho de echar raíces en un lugar determinado, que comprenden la propia experiencia del autor, cuyos progenitores se separaron y fueron a vivir a sitios distintos.
El narrador, del que apenas se conocen datos de la vida pasada, es un dependiente de una tienda de antigüedades que entablará una curiosa relación con los vecinos de la zona; el gerente/propietario del local, el casero y sus dos nietas (Yuko y Asako) y Mizue. Éste, de forma directa, hará participe al lector del pequeño universo cotidiano que les rodea, de las inquietudes e intimidades de cada cual.
El estilo de la novela puede recordar o hacer que se establezcan comparaciones con otros autores nipones, por ejemplo Hiromi Kawakami, de la que leí “El cielo es azul, la tierra blanca” y, como he mencionado, en el fondo tienen cierto parecido, por esa sobriedad y la importancia que se da a la esencia de las pequeñas acciones o a detalles nimios, que les caracteriza.
Recomendable, pero no para aquellos que no se hayan iniciado en la Literatura japonesa, sino, quien se atreva a leerlo sin haber probado antes que se disponga a saborear, no a devorar, en este aspecto los escritores japoneses son especiales.
hace 11 años
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