1944. Las tropas nazis ocupan Noruega desde hace cuatro años con el apoyo de un gobierno colaboracionista y sin ningún respaldo popular. El 3 de febrero, Petter Moen, empleado de seguros convertido por la guerra en responsable de la prensa clandestina de la resistencia, es detenido y recluido en el cuartel general de la Gestapo en Oslo, en el número 19 de la calle Møller. Petter Moen escribió este diario durante los siete meses que permaneció en prisión, primero en una celda de aislamiento y después compartiendo espacio con dos presos. Con inconcebible paciencia y valiéndose de un clavo, fue perforando cada palabra a puntitos en un miserable papel higiénico marrón cortado en pliegos de 16,5 x 19,5 cm. Difícilmente pudo haber sido capaz de leer su propia letra mientras escribía. Trabajaba a ciegas. Enrollaba los pliegos de cinco en cinco y los envolvía en un sexto que, tras numerar minuciosamente, arrojaba por la rejilla de ventilación de la celda, ignorando adónde irían a parar. Petter Moen murió el 8 de septiembre de 1944. Dos días antes fue enviado a Alemania, junto a cuatrocientos detenidos, a bordo del «Westphalen». El barco chocó contra una mina y se hundió frente a la costa sueca con toda su carga humana. El diario fue encontrado al término de la guerra, tan solo seis meses después. La muerte, la fe, la tortura ("es preferible el asesinato a la tortura"), la traición, el coraje, la culpa, la rutina en la prisión, la miseria de carceleros y encarcelados… El contenido del diario, que el autor nunca pudo revisar, habla por sí mismo y se alza como un documento humano de primer orden: el estremecedor testimonio de un hombre corriente en un estado límite, cuando la historia enloquece. El diario se publicó en Noruega en 1949. Después, en casi todos los países europeos y en Estados Unidos. Esta es la primera vez que se traduce al español. La edición, que incorpora dieciséis páginas de fotografías, se completa con un epílogo de la traductora, Cristina Gómez Baggethun, sobre la ocupación nazi y la resistencia noruega, en la que la sociedad civil, de la que Moen es un claro exponente, tuvo un protagonismo indiscutible. Entre sus muchas muestras de disconformidad con el gobierno colaboracionista, destaca la abanderada por la mayoría de las asociaciones profesionales del país (maestros, enfermeros, abogados, arquitectos...), que se manifestaron contra la preferencia que se otorgaba a los miembros del partido nazi a la hora de acceder a puestos de trabajo públicos. La protesta se plasmó en una carta firmada con nombres y apellidos por 700.000 personas, casi una cuarta parte del total de la población.