Es una pena que al final se haya malogrado tanto. La novela prometía ser un canto a la vida, a la amistad, al amor, y a la relación entre hermanos; pero lamentablemente se ha ido poco a poco desinflando. Carol Rifka Brunt intenta retrotraernos a los primeros años de fuego del Sida; mostrándonos como éste empezaba a vagar con fantasmagórico brío por la exuberante Nueva York de los 80 y sus extrarradios. El miedo, la estigmatización, el desconocimiento, el desprecio... A través de los ojos de una adolescente de catorce años, buscará respuesta a todos esos defectos que nos hacen ser tan míseros y tan humanos al mismo tiempo. El difícil equilibrio que tenía conseguido, se pierde irremediablemente con las últimas sesenta páginas; ya que la emoción y la conmoción agónica que pretendía transmitir, se torna tibia, ñoña y demasiado artificial. Un buen intento que se desboca por la falta de solvencia, de contundencia y de rotundidad.
hace 8 años