En las últimas décadas, Nikola Tesla se ha convertido en un icono de la cultura popular, presente en videojuegos, cómics, literatura, películas, canciones, series y miles de páginas web. Introducir su nombre en el buscador Google puede llegar a arrojar cinco millones de resultados. Y deambular por ellos es asistir a un cruce de referencias en el que realidad y ficción terminan confundiéndose. La acción de la novela arranca en un Nueva York ucrónico, el domingo 17 de octubre de 1931. Las ideas de Nikola Tesla, el científico visionario, se han llevado a término: las posibilidades de transmisión inalámbrica de la electricidad han posibilitado todo un mundo nuevo en el que la contaminación no existe, la energía es libre y al alcance de todos, y se ha dado un salto enorme en la evolución tecnológica, gracias a un sistema de torres (la Red Mundial) capaz de abastecer cada vez una mayor extensión del planeta. Edgar, que es un joven de diecinueve años que aspira a ser un piloto de las grandes líneas transatlánticas (los «oceánicos»), descubrirá de esta manera que hay una gran mentira que ha sido mantenida durante todo este tiempo: que Thomas A. Edison no es el verdadero padre de la tecnología que ha posibilitado este gran desarrollo, y que su creador permanece olvidado, viviendo en una habitación de hotel sin que nadie conozca su existencia. Y de hecho, se involucrará en una organización que busca devolverle a primera línea, a pesar del férreo control que la banca y la gran industria mantiene sobre todos los medios. Pero hay un subgrupo de esos teslianos que quiere ir más allá: preparan un atentado a gran escala que destruya la Red Mundial y haga caer a todo el mundo civilizado en el caos. Edgar se convertirá en una pieza fundamental para evitar ese sabotaje, que está planeado coincidiendo con el gran funeral de Edison, con la asistencia de jefes de Estado y representantes de todo el mundo.