En realidad, el argumento de Stoner no es demasiado atractivo a primera vista. Un antiguo profesor de literatura inglesa de la Universidad de Missouri nos cuenta su vida. Es decir, todo lo que sucedió para que el hijo de unos granjeros de Booneville, que parecía predestinado a ordeñar vacas y remojar cerdos, acabara licenciándose en artes, casándose con una señorita de buena sociedad y pudiera permitirse incluso, al cabo de los años, una aventura verdaderamente novelesca. Entiendo que su vida académica pueda resultar un tanto pesada para todo aquel que no esté un poco familiarizado con ese ámbito tan endogámico, pero John Williams consigue transformar su mundo en el de cualquiera de nosotros, con los triunfos y las derrotas, las ambiciones y las desesperanzas, las crisis de fe y los pequeños instantes de reafirmación que transcurren en toda “vida” profesional, sobre todo cuando esa parte de una vida se mezcla con la personal para formar una sustancia indisoluble. Desde el momento en el que Archer Sloan, su profesor de literatura, le hace comprender su futuro, nos vemos arrastrados a compartirlo con él como si fuera el nuestro. “¿Pero no lo sabe, señor Stoner? ¿Aún no se comprende a sí mismo? Usted va a ser profesor?”. Kiko Amat dijo una vez, en una reseña sobre un libro de Dan Fante, que lo primero que tiene que hacer un escritor para escribir es vivir. Creo que lo dijo para marcar distancias entre los escritores “académicos” y los inspirados por una vida azarosa y terrible, como pudieran ser los Fante, o los Carver, o los Bukowski. Aún así, no puedo dejar de utilizar sus palabras para decir todo lo contrario, o para ampliar su significado. La vida de William Stoner, aunque pueda parecer limitada en un principio, aunque no transcurra entre botellas de whisky, conflictos emocionales o dramas de cama, o entre las fronteras de algún lugar exótico, está tan repleta de experiencias vitales como pueda estarlo la de cualquier escritor “maldito”.
hace 11 años
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