Los zares le llamaban Nuestro Amigo. Dotado de un magnestismo irresistible, Grigori Rasputín fue el hombre de confianza de la zarina Alexandra Fiódorovna y de su esposo, Nicolás II, y en muchas ocasiones, su única fuente de consuelo. Rasputín conoció a los Romanov en un momento especialmente feliz, coincidiendo con el nacimiento del heredero Alejo; un acontecimiento que, si bien aseguraba la continuidad de la dinastía, se vería prematuramente empañado al descubrir que el zarevich padecía hemofilia. Rasputín no curó la engfermedad del joven Alejo, pero se convirtió en el único capaz de aliviar el dolor de sus continuas crisis. Una influencia que pronto se vio empañada por las habladurías de la Corte y la sociedad, que se hacían eco de sus famosas borracheras y las supuestas sesiones de sexo.