Para los geógrafos, la Provenza está delimitada al norte por el desfiladero de Donzère, donde el horizonte se extiende y la luz es más intensa bajo un límpido cielo. Pero para todo buen viajero que descienda río abajo por el valle del Ródano, esta región comienza mucho antes, en Valence, cuando se ven los primeros olivos y cipreses. Hacia el sur, el Mediterráneo hace las veces de frontera, y al oeste, el Ródano, mientras que al este, pasada Gap, los puertos que separan los Alpes son los que nos indican el fin de la tierra provenzal. Por el este entran las tormentas y por el sur las nubes ocres que trae el siroco, mientras que del norte sopla el mistral que barre los cielos. No puede decirse que en la Provenza falte el aire. No deberíamos hablar de un paisaje, sino de varios y muy diversos. El pedregoso suelo de la Crau está junto a las lagunas de Camargue; las áridas tierras del Luberon y la cadena de los Alpilles se yuxtaponen a las planicies horticultoras del Ródano y el Durance; las mimosas, las palmeras y los naranjos de la Côte d’Azur no distan gran cosa de los sotobosques del interior de la región y de las cumbres nevadas; los acantilados de las calas de Cassis contrastan con el verde valle del Gapeau, y el frío de las gargantas del Verdon con la agradable temperatura de los inviernos de Hyères.