En un solo volumen las dos primeras novelas de John Barth, La ópera flotante y El final del camino, que tienen muchos puntos en común: ambas pueden considerarse novelas filosóficas en las que priman un fatalismo existencialista y un nihilismo en parte deudores de Sartre, Camus y el Zeitgeist de posguerra, aunque no están exentas (para deleite de los lectores) de una evidente carga de humor e ironía, marca de la casa; en ambas hay un triángulo amoroso más que peculiar y ambas están escritas en un estilo que, aunque llamativo y original, lleno de inteligencia y virtuosismo, es más bien realista en contraposición a las desbordantes y juguetonas incursiones en la metaficción que veríamos en obras posteriores de Barth y que se convertirían en el sello distintivo del autor.
En La ópera flotante, finalista del National Book Award en 1956, vemos el sinsentido de la vida a través de los ojos de Todd Andrews, un abogado treintañero que decide suicidarse. El final del camino nos presenta a un personaje, el joven Jack Horner, que también sigue esa senda plagada de pensamientos oscuros, pero que acaba poniéndose en manos de un doctor, una brillante mezcla de santo y diablo, con quien iniciará la más extraña de las «curas».