Amelia ha dejado su trabajo como azafata de vuelo. Aquello era como vivir en ninguna parte. Ahora, aterrizada en el pueblo donde pasó su infancia, el miedo la atenaza. Ada, por su parte, ha aceptado una sustitución como profesora de lengua en el instituto de este pueblo perdido. Se le estaba haciendo demasiado difícil convivir con sus padres, a los que acudió tras una ruptura sentimental. Tal vez, quién sabe, la suma de dos soledades pueda componer una buena compañía. Quizás Amelia y Ada, ambas corazones viajeros, acaben por acostumbrarse la una a la otra, y puede que, de alguna manera, también quizás, algún día todo este dolor nos acabe por ser útil.