El tercer tomo de la Guía del mal padre de Guy Delisle prosigue la estela de los dos volúmenes anteriores, ahora con Alice, la hija menor, más crecida y con mayor protagonismo. Humor, pequeño costumbrismo y ternura filial a raudales. La saga de la Guía del mal padre está ya más que asentada, y Guy Delisle se permite ya no solo chistes entresacados de su vida, sino chistes también autorreferentes: cuando surge una anécdota entre Delisle y su hijo Louis, este le propone que puede servir para la Guía. Para el que todavía no haya tenido ocasión de adentrarse en las pequeñas perlas que son las situaciones cotidianas de la Guía del mal padre, habría que explicarle que se tratan de pequeñas historias, casi apuntes, dibujados con trazos limpios y expresivos, en las cuales Guy Delisle plasma la relación que mantiene con sus retoños, su forma de educarles, de sorprenderse ante las cosas infantiles, de deseducarles... Es el tono irónico —pero no malencarado ni sarcástico— lo que hace de estas historias algo delicioso: Guy Delisle es un padre que se equivoca, que no duda en reírse en ocasiones de sus niños, con cierta malignidad juguetona, que descubre junto a sus hijos el día a día y se contagia de esa explosión de energía infantil. Podría ser la Guía del mal padre un contraejemplo, como un Arcipreste de Hita moderno, donde se aprende lo que no se debe de hacer —y de ahí su título—, pero de tan tierno es más un pequeño solaz, donde se recrean los entrañables momentos de la paternidad temprana y se hace espacio para la carcajada. (Carlos Cruz, 20 de abril de 2015)
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