El turista es, por definición, un ser en apariencia despreocupado, busca el descanso, una promesa de felicidad, una franquicia del paraíso. Vive en un tiempo irreal, una vida entre paréntesis: el verano, un fin de semana largo, una escapada, cualquier periodo vacacional con fecha de caducidad. Si no la tuviese, condenado a perpetuidad como las nieves del Himalaya, este tiempo suspendido mostraría, quizá, un reverso inquietante. El mar, el río, la piscina, una playa o una isla... la mayoría de estos relatos están rodeados de agua e invitan a los personajes a armonizar con su entorno natural. Son cuentos que se pueden leer con los pies descalzos, a riesgo de que se queden helados repentinamente.