Los libros de John Banville me provocaban ansiedad. Su currículum, sus galardones, las reseñas que leía, hasta su nacionalidad irlandesa, cuna de grandes autores -Joyce, Wilde, Yeates, Beckeet, Swift, O´Brien-, me generaba, lector voraz, la convicción de que tenía que encontrar el impulso, la ocasión justa para conocerlo.
Con cobardía, me justificaba pensando que como leía todo, pero todo lo que publicaba como Benjamín Black -es el seudónimo tras el cual se esconde para escribir sobre asesinatos, detectives y forenses- en el género de novela negra era más que suficiente para conocer sus talentos y sus alcances como escritor. Vaya error.
El caso es que encontré el impulso y coyuntura: una lista sobre las mejores cincuenta novelas escritas en lo que llevamos de este siglo XXI incluía “El mar”, que además, estaba en mis libreros, desde hace tiempo, en espera del momento en que me dejara de payasadas y le diera vida a través de la lectura.
Lo primero que les tengo que decir es que, el “El mar”, es una maravilla: toda su prosa es poética, las imágenes que nos provocan son entre quiméricas y nostálgicas, las reflexiones que nos desencadenan, no tienen nada que ver con encontrar culpables, sino nos llevan a profundizar en nosotros, en nuestro pasado, en nuestro presente, para intentar encontrar allá, en el fondo de nosotros, las destrezas con que nos enfrentaremos al futuro.
John Banville ha ganado casi todo, y en el casi, está el Nobel. Premio Man Booker 2005, el Irish Book Award, el Premio Frank Kafka 2011, el Premio Austriaco de Literatura Europea 2013, el Premio Leteo, el Liber y en el 2014 le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Como Benjamín Black, le otorgaron el Premio RBA de Novela Policíaca.
En “El mar”, Max Morden, un historiador de arte, sacudido y dolido por la muerte de Ann, su mujer, decide abandonar su casa para recluirse en “Los cedros”, una casa de asistencia atendida por la Srita. V, ubicada en una playa irlandesa donde acudía con sus padres en algunos veranos de su infancia. Durante su estancia, nos va contando lo que vivió un verano en especial, en el cual conoció a la familia Grace, se enamoró, ofreció y recibió su primer beso, se enfrentó a sus primeras decisiones sobre la forma de relacionarse con las mujeres, y se enfrentó con la tragedia; también, Max nos cuenta de su mujer, Anna, lo que vivió con ella, los valores que ayudaron a cimentar su relación, donde concibieron a Claire, su única hija, a que la percibimos preocupada por su reciente viudez, y las consecuencias que le ha ocasionado.
John Banville nos cuenta las historias de manera magistral. Todo en la narración es excelso: ritmo, estilo, prosa, textura. Pero llega un momento en que te das cuenta que las historias de Max con los Grace, o su vida marital con Anne no es lo relevante. El autor las utiliza para llevarnos más lejos. Desea que, mientras repasamos con Max sus recuerdos, pensemos, reflexionemos profunda y seriamente, sobre lo que en verdad nos importa de nuestra vida: el amor, las perdidas, nuestros recuerdos, nuestras relaciones, los sentimientos al envejecer, lo que nos motiva y a lo que aspiramos en esta etapa de nuestra vida.
No, “El mar” no es simple entretenimiento. Es un mundo de sentimientos, descripciones, imágenes, y olores que te llevan a evocaciones y a profundas reflexiones. Se disfruta intensamente su lectura, pero te ofrece algo más: te conmueve, te remueve de tu zona de confort, te obliga a pensar, en utilizar tus recuerdos para proyectar el significado de tu vida y la trascendencia -si es que la llegara a tener - la muerte. Se las recomiendo.
hace 4 años
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