Este panfleto, escrito entre el invierno y la primavera de 1814 para preparar el retorno de los Borbones al trono de Francia, fue para Chateaubriand uno de esos gestos resueltos e instintivos que nacen de la imaginación y dinamitan todos los puentes tras de sí. El autor tenía como misión convencer a los franceses de que, para evitar una nueva república o la instauración de un gobierno extranjero, era preciso restituir la confianza en los Borbones y juntos acabar con el poder absoluto, dotando a Francia de una monarquía constitucional. Pero la frialdad y la lucidez del periodista político se mezclan de manera imprevisible y conducen a una marea inquietante. En el cesarismo de Napoleón se entrevé el nacimiento de un mito moderno que no es copia de ninguno antiguo: aparece la figura del dictador, y no del tirano. Chateaubriand quiere esbozar un retrato particular, pero termina describiendo en detalle a los dictadores que hemos visto señorear en el siglo XX.