Blas Santos, el padre, personaje diestramente trazado por el autor, es la genuina representación del apego a la tierra; todo un carácter noble y sincero, pero roqueño, inexorable. Antonio, el hijo, ingeniero, es el ímpetu juvenil, la ilusión del hombre estudioso que se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de los contornos que le vieron nacer. Entablada la lucha, la propia Naturaleza desatada, se encarga de ahondar las diferencias secundadas por diversas circunstancias íntimas de índole negativa. Y lo que se plantea como mero problema familiar, degenera en conflicto público hasta la consumación de la tragedia. Novela finalista Premio Planeta 1952.