Difícil no percibir la inmadurez intelectual del autor. Muchos veinteañeros hemos creído que podíamos escribir cosas importantes, que teníamos lecciones que dar al mundo. A esas alturas de la vida nos invade un traicionero engreimiento que apenas notamos, pero que se desprende de lo que producimos. Esta dulce sensación de imbecilidad suele abandonarnos alguna década más tarde. La presente novela es una buena muestra de ello. De calidad literaria pobre y tendente al embrollo, despliega cierto talento en su construcción en tanto que intriga. Pero sus elementos narrativos reúnen los lamentables tópicos de la novela barata actual, los que enseñan en cualquier taller o curso: personajes de psicología acusadamente diferenciada, nombres y apellidos inhabituales, predominio de la acción, tendencia a la descripción de imágenes tipo televisión, continuos giros argumentales, y todo lo demás, en detrimento de la relevancia y universalidad del tema planteado, de la meditación profunda, del estilo, de la prosa rica, cuidada y elegante. Una de sus peculiaridades es el tiempo narrativo, muy frecuentemente relacionado con el narrador. Aquí no logro ver qué se pretende con ello. Alterna la primera persona en el presente y en el pasado con la tercera persona también tanto en el presente como en el pasado, lo cual considero un error que introduce un desbarajuste en ese sentido.
Una historia amena, relatada de forma superficial y, en ocasiones, forzada. Para lectores cuya única pretensión se reduzca a ver la vida pasar.
hace 7 años
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