Nada es lo que parece en Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara: ni las plácidas señoras burguesas ni los doctores en ciencias políticas, ni las chicas de barrio, ni los magnates del petróleo. Ni los gatos. Sobre todo los gatos, que si bien se los mira, tienen un sospechoso aire de Sigmund Freu...