En 2008, un escritor treintañero autor de un fenómeno de ventas en una ópera prima que su editorial le exige repetir con su segunda novela, busca la inspiración perdida yendo pasar unos días a casa de un antiguo profesor universitario a quien considera su mentor. Una vez allí, en una localidad marcada tres décadas atrás por la desaparición de la adolescente con quien el protagonista descubre que su anfitrión mantenía una relación oculta, el cadáver de la joven aparece enterrado en el jardín de la vivienda del profesor.
El escritor inicia entonces un proceso de investigación sobre los hechos que llevaron a la desaparición de Nola en 1975 movido por un objetivo: demostrar la inocencia del sospechoso. Tras ello, y en las más de seiscientas páginas del que quizá sea el mayor éxito editorial en del mundo en los últimos años, Joel Dicker consigue no aburrir en ningún capítulo al lector y que éste busque con ansia el momento de retomar la historia.
El recurso a las bajas pasiones, la envidia, la acción y los tópicos de la américa profunda (bailes de graduación, hamburguesería con cristaleras, sheriff del pueblo e.t.c.) puede hacernos calificar la obra como una novela vacía de enjundia. Sin embargo, presenta a los malos ante el lector mostrando luego qué circunstancias les han llevado a ser así y consiguiendo que se empatice con ellos provocando un cierto rubor por esa empatía. La descripción de las contradicciones humanas que el protagonista (autor que quizá sea un trasunto de Dicker) pretende reordenar acabando con la página en blanco, cumple con la máxima de que la literatura debe cumplir la función poner orden en el caos. Y la mayoría de los personajes demuestran hasta dónde se es capaz de aplastar al otro para conseguir un fin pero como, a su vez, todos tenemos en mayor o menor medida una conciencia que nos hace ver el daño que hemos hecho y de ahí surge la voluntad de expiar las culpas.
Por esas sensaciones encontradas sobre si estamos ante un best seller comercial sin más o ante una novela con verdadero fondo, no cabe sino reconocer a Dicker la cualidad de hacer pensar al lector sobre su obra. Se puede escribir un libro que conjugue el mérito de quitar el sueño las tardes de siesta del verano y, a su vez, movernos a una reflexión sobre las historias que en él se encierran.
La andadura de Dicker no ha hecho más que empezar. Habrá que estar pendiente de su evolución.
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hace 1 año
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