El primer contacto con la novela despierta la esperanza del reencuentro con la literatura de calidad, tan en desuso en estos tiempos de historias semiépicas, intrigas pseudohistóricas y leyendas vendidas al peso. De repente aparece ante tus ojos una historia contada y publicada en un número de páginas razonable, avalada por un premio literario, y que se inicia con una promesa de retrato sociológico al estilo Sabina pero de la Barcelona de los 80. Una presentación realmente sugerente. Y luego llega el resto de la novela. Un relato intimista de desarraigo, narrado en primera persona y entreverado de recuerdos, cuyo estilo enigmático -el de las evocaciones- exige un importante esfuerzo por parte del lector para llegar a entender qué le están contando. Ocurre que la primera persona narrativa funciona cuando te relatan una historia apasionante, cuando el autor despliega un estilo deslumbrante o cuando el retrato del personaje es rotundo, milimétrico. Sin embargo, el heredero es un personaje bastante normal, dentro de su soledad y sus problemas, y las pocas cosas noticiables que le ocurren parecen un tanto arbitrarias y sin demasiada justificación. En conjunto es una novela que deja la sensación de poder haber dado más de sí. Una pena que no concrete las buenas sensaciones iniciales.
hace 14 años