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EL CICLISTA DE CHERNÓBIL SEBASTIÁN, JAVIER

Nota media 8,75 Muy bueno 4 votos 2 críticas

Resumen

El protagonista de El ciclista de Chernóbil es el físico nuclear Vasili Nesterenko, uno de los encargados de las labores de extinción del incendio en el reactor de la central en abril de 1986. Al día siguiente de la catástrofe fue convocado a Chernóbil. Su misión, según declaró años más tarde en el Georges Pompidou de París, era evitar lo que los primeros cálculos sobre el terreno anunciaban que podía ocurrir. Javier Sebastián ha convertido esta novela en una apasionante averiguación de lo que sucedió en aquellas fechas que desconcertaron y estremecieron al mundo. La ficción se reúne sin contradicción con la realidad en esta historia para permitirnos oír todas las voces que protagonizaron la catástrofe: documentos de la ONU o de la AIEA, testimonios de gente que vivió en la zona prohibida, correos electrónicos, las investigaciones del doctor Andrei Gudkov que publicó la revista Science, también las palabras de los muertos. Pero El ciclista de Chernóbil es también una celebración de la vida y de la alegría. En Pripyat, la ciudad clausurada y prohibida, evacuada tres días después del accidente, las hermanas Zorina convocan bailesy el flaco Laurenti Bajtiárov canta románticas canciones de Demis Roussos. Por Pripyat deambulan desertores de Chechenia, la maga Parasca, que dice que puede acabar con el estroncio 90, el matrimonio Jrienko, que se alimenta de las lombrices que encuentran en los desagües, o la vieja Nastia, que planta cebollas sobre las tumbas de sus muertos. Colonos de la vida radiactiva. Resistentes. Escrita desde la perspectiva de la incertidumbre, con un estilo preciso y sin artificios, sobria, polimórfica y llena de silencios, El ciclista de Chernóbil recorre desde la ficción una verdad que nos sobrevivirá a los seres humanos como especie durante cientos de años.

2 críticas de los lectores

10

Camino en dirección opuesta a una novela cuando alguien en algún dominical la cataloga como obra maestra, me alejo de ella, tardo en leerla. Pero en este caso, frené en seco por su título. Chernóbil me llevó a Prypiat -uno de los tantos núcleos de población abandonados tras la explosión-, y Prypiat de vuelta a mis orígenes, a todas las ciudades nacidas al amparo de la industria, en ocasiones próximas a la prosperidad, asiduas de la miseria la mayoría de las veces, siempre con la eterna sombra de la extinción pegada a sus talones. Conque seguí a Nesterenko a través de calles sembradas de soledad y entre edificios con cara de posguerra sin guerra previa, y entendí que sí, que «El ciclista de Chernóbil» era un sentido homenaje al arte. Tuve la oportunidad de reencontrarme con esa otra Humanidad, con la pequeña colonia de las gentes del átomo, con quienes volvieron por amor a la tierra y a los que dejaron bajo tierra, por amor a los frutos que aún le nacen, aunque su sabor sea el de la central nuclear siniestrada. Los samosiol se hablan con una dulzura solidaria en un entorno sembrado de dramas colectivos y su actitud, la firme esperanza de respirar un minuto más, genera tal contraste con el desastre vivido, que de una u otra forma todos alcanzan el alma del lector. Bajtiárov cantando por Demis Roussos en el destartalado teatro Prometeus o Nastia, eterna enamorada de su casa, cuidadora infatigable de la tumba de su yerno, sobre la que ha plantado cebollas, convierten lugares de tragedia en escenarios de nostalgia. En realidad es Javier Sebastián el que toma una foto en tonos sepia de una zona moribunda, desangrada de sangre invisible. Su pequeña tribu de locos, de desheredados por la radiación, se hace necesaria. Su aparente falta de cordura esconde razones de peso para que el lector trate de sacarlos de las páginas y de distribuirlos por el mundo; sin duda, harían de él un sitio mejor. Nesterenko, nuestro ciclista, el ucraniano que sí existió y contó la verdad, y que trató de ayudar a los afectados, da paso a la historia, una historia que el autor encaja a la perfección, aun cuando hablar de la energía nuclear nunca ha sido fácil. En un planeta como el nuestro, postapocalíptico por los cuatro costados, herido de todas las heridas posibles, con una especie en terrible extensión e inevitable extinción dominándolo, sólo queda declararse samosiol.

hace 3 años
9

En la contraportada se puede leer: Unos días después del accidente de Chernóbil, el físico nuclear Vasili Nesterenko fue convocado de urgencia con la misión, según declaró en 2011 en el George Pompidou de París, de evitar lo que los primeros cálculos anunciaban que podía ocurrir: una explosión nuclear que hubiera dejado gran parte de Europa inhabitable. Javier Sebastián ha convertido esta novela en una apasionante averiguación… Los retazos sin tiempo de un desmemoriado Vasia (Vasili Nesterenko) van tejiendo una historia trágica, tanto la suya propia como la de miles de ucranianos afectados por el accidente de Chernóbil, allá por el 26 de abril de 1986. El drama social que todavía perdura. El drama de una población forzada a abandonar sus hogares y la inconsciencia de aquellos pocos que, desafiando la prohibición del gobierno, deciden regresar a casa, porque no tienen otra cosa, porque seguro que no es para tanto, a ellos no les ocurre nada, apenas un leve cansancio y ya. Una lucha constante con la vida. Supervivientes de algo que no comprenden y que, aun así, aceptan resignados, por ese espíritu de sacrificio del pueblo ruso.

hace 5 años