Cuando Rilke viajó por primera vez a Rusia, en 1899, llevó consigo una idea muy precisa de ese país, y al llegar vio exactamente lo que quería ver: un país inocente, infantil, primitivo —en el mejor sentido—, espontáneo, un país que estaba en “el primer día, el día de Dios, el día de la creación”, c...